calle. Cuando la veían, la apuntaban con el dedo, todos la miraban y nadie la saludaba. El desprecio áspero y frío penetraba en su carne y en su alma como un hielo. Pero hubo de acostumbrarse a la desconside-ración como se acostumbró a la indigencia. A los dos o tres meses empezó a salir como si nada pasara. \"Me da lo mismo\", decía. El exceso de trabajo la cansaba y su tos seca aumentaba. El invierno volvió. Días cortos, menos trabajo. En invierno no hay calor, no hay luz, no hay mediodía; la tarde se junta con la mañana; todo es niebla, crepúsculo; la ventana está empañada, no se ve claro. Fantina ganaba poquísimo y sus deu-das aumentaban. Los Thenardier, mal pagados, le escribían a cada instante cartas cuyo contenido la afligía y cuyo exigencia la arruinaba. Un día le escribieron que su pequeña Cosette estaba enteramente des-nuda con el frío que hacía, que tenía necesidad de ropa de lana, y que era preciso que su madre enviase diez francos para ella. Recibió la carta y la estrujó entre sus manos todo el día. Por la noche entró en la casa de un peluquero que habitaba en la calle, y se quitó el peine. Sus admirables cabe-llos rubios le cayeron hasta las caderas. —¡Hermoso pelo! —exclamó el peluquero. —¿Cuánto me daréis por él? —dijo ella. —Diez francos. —Cortadlo. Compró un vestido de lana y lo envió a los Thenardier, los cuales se pusieron furiosos. Dine-ro era lo que ellos querían. Dieron el vestido a Eponina; y la pobre Alondra continuó tiritando. Fantina pensó: \"Mi niña no tiene frío. La he vestido con mis cabellos\". Cuando vio que no se podía peinar, tomó odio a todo, comenzando por el señor Magdalena, a quien culpaba de todos sus males. Tuvo un amante, a quien no amaba, de pura rabia. Era una especie de 76

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