Entonces apareció el rostro del tabernero. —Está bien —dijo. —Es el señor Thenardier —dijo la mujer. El trato quedó cerrado. La madre pasó la no-che en la hostería, dio su dinero y dejó a su niña; partió a la madrugada siguiente, llorando descon-solada, pero con la esperanza de volver en breve. Cuando la mujer se marchó, el hombre dijo a su mujer: —Con esto pagaré mi deuda de cien francos que vence mañana. Me faltaban cincuenta. ¿Sabes que no has armado mala ratonera con tus hijas? —Sin proponérmelo —repuso la mujer. II. Primer bosquejo de dos personas turbias Pobre era el ratón cogido; pero el gato se alegra aun por el ratón más flaco. ¿Quiénes eran los Thenardier? Digámoslo en pocas palabras; completaremos el croquis más adelante. Pertenecían estos seres a esa clase bastarda compuesta de personas incultas que han llegado a elevarse y de personas inteligentes que han decaí-do, que está entre la clase llamada media y la llamada inferior, y que combina algunos de los defectos de la segunda con casi todos los vicios de la primera, sin tener el generoso impulso del obrero, ni el honesto orden del burgués. Eran de esa clase de naturalezas pequeñas que llegan con facilidad a ser monstruosas. La mujer tenía en el fondo a la bestia, y el hombre la pasta del canalla. Eran de esos seres que caen continuamente hacia las tinieblas, degradándose más de lo que avanzan, susceptibles a todo pro-greso hacia el mal. Particularmente el marido era repugnante. A ciertos hombres no hay más que mirarlos para desconfiar de ellos. Nunca se puede responder de lo que piensan o de lo que van a hacer. La som-bra de su mirada los denuncia. Sólo con escuchar-los hablar se intuyen sombras secretas en su 59

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