—Mirad, yo no puedo llevar a mi hija a mi pueblo. El trabajo no lo permite. Con una criatura no hay dónde colocarse. El Dios de la bondad es el que me ha hecho pasar por vuestra hostería. Cuando vi vuestras niñas tan bonitas y tan bien vestidas, me dije: ésta es una buena madre. Po-drán ser tres hermanas. Además, que no tardaré mucho en volver. ¿Queréis encargaros de mi niña? —Veremos —dijo la Thenardier. —Pagaré seis francos al mes. Entonces una voz de hombre gritó desde el interior: —No se puede menos de siete francos, y eso pagando seis meses adelantados. —Seis por siete son cuarenta y dos —dijo la Thenardier. —Los daré —dijo la madre. Además, quince francos para los primeros gas-tos —añadió la voz del hombre. Total cincuenta y siete francos —dijo la The-nardier. —Los pagaré —dijo la madre—. Tengo ochenta francos. Tengo con qué llegar a mi pueblo, si me voy a pie. Allí ganaré dinero, y tan pronto reúna un poco volveré a buscar a mi amor. La voz del hombre dijo: —¿La niña tiene ropa? —Ese es mi marido —dijo la Thenardier. —Vaya si tiene ropa mi pobre tesoro, y muy buena, todo por docenas, y trajes de seda como una señora. Ahí la tengo en mi bolso de viaje. —Habrá que dejarlo aquí volvió a decir el hombre. —¡Ya lo creo que lo dejaré! —.dijo la madre—. ¡No dejaría yo a mi hija desnuda! 58

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