en-tromete hasta en que una persona esté parada o sentada. La viajera refirió su historia un poco modifica-da. Contó que era obrera, que su marido había muerto; que como le faltó trabajo en París, iba a buscarlo a su pueblo. En eso la niña abrió los ojos, unos enormes ojos azules como los de su madre, descubrió a las otras dos que jugaban y sacó la lengua en señal de admiración. La señora Thenardier llamó a sus hijas y dijo: —jugad las tres. Se avinieron en seguida, y al cabo de un mi-nuto las niñas de la Thenardier jugaban con la recién llegada a hacer agujeros en el suelo. Las dos mujeres continuaron conversando. —¿Cómo se llama vuestra niña? —Cosette. La niña se llamaba Eufrasia: pero de Eufrasia había hecho su madre este Cosette, mucho más dulce y gracioso. —¿Qué edad tiene? —Va para tres años. —Lo mismo que mi hija mayor. Las tres criaturas jugaban y reían, felices. —Lo que son los niños —exclamó la Thenar-dier—, cualquiera diría que son tres hermanas. Estas palabras fueron la chispa que probable-mente esperaba la otra madre, porque tomando la mano de la Thenardier la miró fijamente y le dijo: —¿Queréis tenerme a mi niña por un tiempo? La Thenardier hizo uno de esos movimientos de sorpresa que no son ni asentimiento ni negativa. La madre de Cosette continuó: 57
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