cosas! Os llevamos con nosotros. Formaréis parte de nosotros mismos. Sois su padre y el mío. No pasaréis un día más en esta horrible casa. Mañana ya no estaréis aquí. —Mañana —dijo Jean Valjean—, no estaré aquí, ni tampoco en vuestra casa. —¿Qué queréis decir? —dijo Marius—. Se acaba-rán los viajes. No os volveréis a separar de noso-tros. Nos pertenecéis, y no os soltaremos. —Esta vez —añadió Cosette—, emplearé la fuerza si es necesario. Y riéndose, hizo ademán de coger al anciano en sus brazos. —Vuestro cuarto está tal como estaba —conti-nuó—. ¡Si supieseis qué bonito se ha puesto ahora el jardín! ¡Cuántas flores! Un petirrojo anidó en un agujero de la pared y un horrendo gato se lo comió. ¡Lloré tanto! Padre, vais a venir con noso-tros. ¡Cómo va a alegrarse el abuelo! Tendréis vuestro lugar propio en el jardín y lo cultivaréis, veremos si vuestras fresas valen tanto como las mías. Una vez en casa, yo haré cuanto queráis, y vos me obedeceréis. ¿Verdad que sí? Jean Valjean la escuchaba sin oírla. Percibía la música de su voz sin casi comprender el sentido de sus palabras y una de esas gruesas lágrimas, sombrías perlas del alma, se formaba lentamente en sus ojos. —¡Dios es bueno! —murmuró. —¡Padre querido! —dijo Cosette. Jean Valjean prosiguió: —No hay duda que sería delicioso vivir juntos. Tenéis árboles llenos de pájaros. Me pasearía las horas con Cosette. ¡Es grata la vida en compañía de las personas que uno quiere, darles . los buenos días, oírse llamar en el jardín! Cada cual cultivaría un pequeño trozo. Ella me haría comer sus fresas, y yo le haría coger mis rosas. Sería delicioso pero... Se detuvo, y luego dijo bajando más la voz: —Es una pena. 531
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