no nos avi-sasteis? Os veo con mal semblante: ¡Mal padre! ¡Enfermo y sin decírnoslo! Ten, Marius, toma su mano y verás qué fría está. —Habéis venido, señor de Pontmercy; ¡conque me perdonáis! —repitió Jean Valjean. A estas palabras los sentimientos que se agol-paban al corazón de Marius hallaron una salida, y el joven exclamó: —Cosette, ¿no lo oyes? ¿No lo oyes que me pide perdón? ¿Sabes lo que me ha hecho, Cosette? Me ha salvado la vida. Más aún, lo ha entregado a mí. Y después de salvarme y después de entregar-te a mí, Cosette, ¿sabes lo que ha hecho de su persona? Se ha sacrificado. Eso ha hecho. ¡Y a mí, el ingrato, el olvidadizo, el cruel, el culpable, me dice gracias! Cosette, aunque pase toda la vida a los pies de este hombre siempre será poco. La barricada, la cloaca, el lodazal, todo lo átravesó por mí, por ti, Cosette, preservándome de mil muertes, que alejaba de mí y que aceptaba para él. En él está todo el valor, toda la virtud, todo el heroísmo. ¡Cosette, este hombre es un ángel! —¡Silencio! ¡Silencio! —murmuró apenas Jean Valjean— ¿Para qué decir esas cosas? —¡Pero vos! —exclamó Marius, con cierta cóle-ra lléna de veneración—, ¿por qué no lo habéis dicho? Es culpa vuestra también. ¡Salváis la vida a las personas y se lo ocultáis! ¡Y bajo pretexto de quitaros la máscara, os calumniáis! Es horri-ble. —Dije la verdad —respondió Jean Valjean. —No —replicó Marius—; la verdad es toda la verdad, y no habéis dicho sino parte. Erais el señor Magdalena, ¿por qué callarlo? Habíais salva-do a Javert, ¿por qué callarlo? Yo os debía la vida, ¿por qué callarlo? —Porque sabía que vos teníais razón, que era preciso que me alejara. Si os hubiera referido lo de la cloaca, me habríais retenido a vuestro lado. Debía, pues, callarme. Hablando, todo se echaba a perder. —¡Se echaba a perder! ¿Qué es lo que se echa-ba a perder? ¿Por ventura os figuráis que os va-mos a dejar aquî? No. Os llevamos con nosotros, ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Cuando pienso que por casualidad he sabido estas 530
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