Pasó algún tiempo. De pronto Favorita hizo un movimiento como quien se despierta. —¡Ah! —dijo—, ¿y la sorpresa? —Es verdad —añadió Dalia—, ¿y la famosa sorpresa? —¡Cuánto tardan! —dijo Fantina. Cuando Fantina acababa más bien de suspirar que de decir esto, el camarero que les había servi-do la comida entró. Llevaba en la mano algo que se parecía a una carta. —¿Qué es eso? —preguntó Favorita. El camarero respondió: —Es un papel que esos señores han dejado abajo para estas señoritas. —¿Por qué no lo habéis traído antes? —Porque esos señores —contestó el camarero— -dieron orden que no se os entregara hasta pasada una hora. Favorita arrancó el papel de manos del cama-rero. Era una carta. —¡No está dirigida a nadie! —dijo—. Sólo dice: Esta es la sorpresa. Rompió el sobre, abrió la carta y leyó: \"¡Oh, amadas nuestras! Sabed que tenemos pa-dres; padres, vosotras no entenderéis muy bien qué es eso. Así se llaman el padre y la madre en el Código Civil. Ahora bien, estos padres lloran; estos ancianos nos reclaman; estos buenos hom-bres y estas buenas mujeres nos llaman hijos pró-digos, desean nuestro regreso y nos ofrecen matar corderos en nuestro honor. Somos virtuosos y les obedecemos. A la hors en que leáis esto, cinco fogosos caballos nos llevarán hacia nuestros pa-pás y nuestras mamás. Nos escapamos. La diligencia nos salva del borde del abismo; el abismo sois vosotras, nuestras bellas amantes. Volvemos a en-trar, a toda carrera, en la sociedad, en el deber, y en el orden. Es importante para la patria que seamos, como todo el mundo, prefectos, padres de familia, 53

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