Y sintiéndose estrechar por los brazos de Cosette, añadió: —¡Eres tú, sí! ¡Me perdonas, entonces! Marius, bajando los párpados para detener sus lágrimas, dio un paso, y murmuró: —¡Padre! —¡Y vos también me perdonáis! —dijo Jean Val-jean. Marius no encontraba palabras y el anciano añadió: —Gracias. Cosette se sentó en las rodillas del anciano, separó sus cabellos blancos con un gesto adora-ble, y le besó la frente. Jean Valjean extasiado, no se oponía, y balbu-ceaba: —¡Qué tonto soy! Creía que no la volvería a ver. Figuraos, señor de Pontmercy, que en el mis-mo momento en que entrabais, me decía: \"¡Todo se acabó! Ahí está su trajecito; soy un miserable, y no veré más a Cosette\". Decía esto mientras su-bíais la escalera. ¿No es verdad que me había vuelto idiota? No se cuenta con la bondad infinita de Dios. Dios dijo: \"¿Crees que lo van a abandonar, tonto? No. No puede ser así. Este pobre viejo necesita a su ángel\". ¡Y el ángel vino, y he vuelto a ver a mi Cosette, a mi querida Cosette! ¡Ah, cuánto he sufrido! Estuvo un instante sin poder hablar; luego con-tinuó: —Tenía realmente necesidad de ver a Cosette un rato, de tiempo en tiempo. Sin embargo, sabía que estaba de sobra, y decía en mis adentros: \"No lo necesitan, quédate en lo rincón, nadie tiene derecho a eternizarse\". ¡Ah, Dios de mi alma! ¡La vuelvo a ver! ¿Sabes, Cosette, que lo marido es un joven apuesto? ¡Ah! Llevas un bonito cuello bordado, me gusta mucho. Señor de Pontmercy, permi-tidme que la tutee; será por poco tiempo. —¡Qué maldad dejarnos de ese modo! —excla-mó Cosette—. ¿Adónde habéis ido? ¿Por qué habéis estado ausente tanto tiempo? Antes vuestros viajes apenas duraban tres o cuatró días. He enviado a Nicolasa, y le respondían siempre que estabais fuera. ¿Cuándo regresasteis? ¿Por qué 529

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