junto a la chimenea. Encontró la llave, abrió la alacena a introdujo el brazo sin separar la vista de Thenardier. Entretanto éste continuaba: —Señor barón, me asisten grandes razones para creer que el joven asesinado era un opulento ex-tranjero, atraído por Jean Valjean a una embosca-da, y portador de una suma enorme. —El joven era yo y aquí está la levita —gritó Marius, arrojando en el suelo una levita negra y vieja, manchada de sangre. En seguida, arrancando el jirón de manos de Thenardier, lo ajustó en el faldón roto. Se adapta-ba perfectamente. Thenardier quedó petrificado, pensando: \"Me he lucido hoy\". Marius, tembloroso, desesperado, radiante, me-tió la mano en el bolsillo y se dirigió fuera de sí hacia Thenardier con el puño, que apoyó casi en el rostro del bandido, lleno de billetes de quinien-tos y de mil francos. —¡Sois un infame! ¡Sois un embustero! ¡Un ca-lumniador! ¡Un malvado! ¡Veníais a acusar a ese hombre y le habéis justificado; queríais perderlo y habéis conseguido tan sólo glorificarlo! ¡Vos sois el ladrón! ¡Vos sois el asesino! Yo os he visto, Thenardier, Jondrette, en el desván del caserón Gorbeau. Sé de vos lo suficiente para enviaros a presidio y más lejos aún, si quisiera. Tomad estos mil francos, canalla. Y arrojó un billete de mil francos a los pies de Thenardier. —¡Ah, Jondrette—Thenardier, vil gusano! ¡Que os sirva esto de lección, mercader de secretos y mis-terios, escudriñador de las tinieblas, miserable! ¡To-mad, además, estos quinientos francos, y salid de aquí! Waterloo os protege. —¡Waterloo! —murmuró Thenardier guardándo-se los quinientos francos al mismo tiempo que los mil. —¡Sí, asesino! Habéis salvado en esa batalla la vida a un coronel... —A un general —dijo Thenardier alzando la ca-beza. —¡A un coronel! —replicó Marius furioso—. ¡Y venís aquí a cometer infamias! Os digo que sobre vos pesan todos los crímenes. ¡Marchaos! 526

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