—¿Cómo? —replicó Marius—. ¿Negáis esto? Son hechos. —Son quimeras. La confianza con que me hon-ra el señor barón me impone el deber de decírse-lo. Ante todo la verdad y la justicia. No me gusta acusar a nadie injustamente. Señor barón, Jean Valjean no le robó al señor Magdalena, ni mató a Javert. —¡Qué decís! ¿En qué fundáis vuestras pala-bras? —En dos razones. Primero: no robó al señor Magdalena, porque el señor Magdalena y Jean Valjean son una misma persona. Segundo: no ase-sinó a Javert, porque Javert, y no Jean Valjean, es el autor de su muerte. —¿Qué queréis decir? —Javert se suicidó. —¡Probadlo, probadlo! —gritó Marius fuera de sí. Thenardier repuso, recalcando cada palabra: —Al agente de policía Javert se le encontró aho-gado debajo de una barca del Pont—du—Change. —Pero, ¡probadlo! Thenardier sacó del bolsillo unos pliegos do-blados de diferentes tamaños. —Tengo mi legajo —dijo con calma. Y añadió: —Señor barón, por interés vuestro quise cono-cer a Jean Valjean. Repito que Jean Valjean y el señor Magdalena son uno mismo y que Javert murió a manos de Javert; cuando así me expreso, es porque me sobran pruebas. Mientras hablaba extraía Thenardier de su le-gajo dos periódicos amarillos, estrujados y fétidos a tabaco. Uno de los números, roto por los doble-ces y casi deshaciéndose, parecía mucho más an-tiguo que el otro. —Dos hechos, dos pruebas —dijo Thenardier. Y entregó a Marius los dos periódicos. 523

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