revista interior de sus fuerzas, y después de haber dicho —soy Thenardier—, aguardó. Marius meditaba. Por fin tenía delante a Thenardier, al hombre que tanto había deseado encontrar, y podía cumplir el encargo del coronel Pontmercy. Le humillaba que el héroe debiera algo a este bandido. Le pareció que se le presen-taba la ocasión de vengar al coronel de la desgra-cia de haber sido salvado por un individuo tan vil y tan perverso. A este deber agregábase otro; el de averiguar el origen de la fortuna de Cosette. Tal vez Thenardier supiera algo. Por ahí empezó. Thenardier, después de guardarse el billete de banco, miraba a Marius con aire bondadoso y casi tierno. Marius rompió el silencio: —Thenardier, os he dicho vuestro nombre. Ahora, ¿queréis que os diga el secreto que pre-tendéis venderme? También he reunido yo datos y os convenceréis de que sé más que vos. Jean Valjean, como dijisteis, es asesino y ladrón. La-drón, porque robó a un rico fabricante, el señor Magdalena, siendo causa de su ruina. Asesino, porque dio muerte al agente de policía Javert. —No comprendo, señor barón —dijo Thenar-dier. —Vais a comprenderme. Escuchad. Vivía en un distrito del Paso de Calais, por los años de 1822, un hombre que había tenido no sé qué antiguo choque con la justicia, y que bajo el nombre del señor Magdalena, se había corregido y rehabilitado. Este hombre era, en toda la fuerza de la expresión, un justo. Con una fábrica de abalorios negros labró la fortuna de toda la ciu-dad. Por su parte, aunque sin darle mayor impor-tancia, reunió también una fortuna considerable. Era el padre de los pobres. Lo nombraron alcal-de. Otro presidiario lo denunció, y logró que el banquero Laffitte le entregara, en virtud de una firma falsa, más de medio millón de francos per-tenecientes al señor Magdalena. El presidiario que robó al señor Magdalena, es Jean Valjean. En cuanto al otro hecho, nada necesitáis tampoco decirme. Jean Valjean mató al agente Javert de un pistoletazo. Yo estaba allí. Thenardier lanzó a Marius esa mirada sobera-na de la persona derrotada que se repone y vuel-ve a ganar en un minuto todo el terreno perdido. —Señor barón, equivocamos el camino. 522
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