—No es difícil, señor barón, pues he tenido el honor de escribíroslo y decíroslo, Thenar... —Dier. —¿Cómo? —Thenardier. —¿Quién? En el peligro, el puerco espín se eriza, el escarabajo se finge muerto, la guardia veterana forma el cuadro; nuestro hombre se echó a reír. Marius continuó: —Sois también el obrero Jondrette, el come-diante Fabantou, el poeta Genflot, el español Al-varez y la señora Balizard. Y habéis tenido una taberna en Montfermeil. —¡Una taberna! Jamás... —Y os digo que sois Thenardier. —Lo niego. —Y que sois un miserable. Tomad. Marius sacó del bolsillo un billete de banco, y se lo arrojó a la cara. —¡Gracias! ¡Perdón! ¡Quinientos francos! ¡Señor barón! Y el hombre, atónito, saludando y cogiendo el billete, lo examinó. —¡Quinientos francos! —repitió absorto. Luego exclamó con un movimiento repentino: —Pues bien, sea. Fuera disfraces. Y con la prontitud de un mono, echándose hacia atrás los cabellos, arrancándose los anteojos y sacándose la nariz, se quitó el rostro como quien se quita el sombrero. 520
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