—Se llama Jean Valjean. —Lo sé. Voy a deciros, también gratis, quién es. —Decidlo. —Un antiguo presidiario. —Lo sé. —Lo sabéis desde que he tenido el honor de decíroslo. —No. Lo sabía antes. El tono frío de Marius despertó en el descono-cido una cólera sorda. —No me atrevo a desmentir al señor barón, pero lo que tengo que revelaros sólo yo lo sé, y concierne a la señora baronesa. Es un secreto extraordinario, que vale dinero. A vos os lo ofrez-co antes que a nadie, y, barato. Veinte mil francos. —Sé ese secreto como sé los demás —dijo Manus. El personaje sintió la necesidad de rebajar algo. —Señor barón, dadme diez mil francos. —Os repito que no tenéis que tomaros ese trabajo. Sé lo que queréis decirme. Los ojos de aquel hombre chispearon de nue-vo; luego exclamó: —Con todo, fuerza es que yo coma hoy. Insisto en que el secreto vale la pena. Señor barón, voy a hablar. Hablo. Dadme veinte francos. Marius le miró fijamente. —Conozco vuestro secreto extraordinario, lo mis-mo que sabía el nombre de Jean Valjean y que sé vuestro nombre. —¿Mi nombre? —Sí. 519
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