esperaba oír. —Señor barón, dignaos oírme. Hay en América, en un país que confina con Panamá, una aldea llamada Joya. Es un país maravilloso, porque allí hay oro. —¿Qué queréis? —preguntó Marius, a quien la contrariedad había vuelto impaciente. —Quisiera ir a establecerme en Joya. Somos tres; tengo esposa a hija, una hija muy linda. El viaje es largo y caro, y necesito algún dinero. —¿Y qué tiene que ver eso conmigo? —pregun-tó Marius. El desconocido volvió a sonreír. —¿No ha leído el señor barón mi carta? —Sed más explícito. —Está bien, señor barón. Voy a ser más explíci-to. Tengo un secreto que venderos. —¿Qué secreto? —Señor barón, tenéis en vuestra casa a un la-drón, que es al mismo tiempo un asesino. Marius se estremeció. —¿En mi casa? No. El desconocido imperturbable continuó: —Asesino y ladrón. Tened en cuenta, señor barón, que no hablo de hechos antiguos, anula-dos por la prescripción ante la ley, y por el arre-pentimiento ante Dios. Hablo de hechos recientes, de hechos actuales ignorados aún por la justicia. Continúo. Ese sujeto se ha introducido en vuestra confianza y casi en vuestra familia con un nombre falso. Voy a deciros el nombre verdadero. Os lo diré de balde. —Escucho. 518

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