presentó a sus ojos la buhar-dilla de Jondrette. ¡Extraña casualidad! Una de las dos pistas que había buscado tanto, que creía perdida para siem-pre, se le aparecía cuando menos esperaba. Abrió ansiosamente la carta, y leyó lo que sigue: \"Señor barón: \"Poseo un secreto que concierne a un indibi-duo, y este indibiduo os concierne. El secreto está a buestra disposición, deseando el onor de seros hútil. Os proporcionaré un modo sencillo de arro-jar de buestra familia a ese indibiduo que no tiene derecho a estar en ella, pues la señora baronesa pertenece a una clase elevada. El santuario de la birtú no puede coavitar más tiempo con el crimen sin mancharse. Espero en la antesala las órdenes del señor barón.\" La firma de la carta era Thenard. Firma verdadera, aunque abreviada. Por lo demás, el estilo y la ortografía comple-taban la revelación. La emoción de Marius fue profunda. Después de la sorpresa, experimentó una gran felicidad. Si lograba encontrar ahora al otro a quien buscaba, a su salvador, ya no pediría más. Abrió un cajón de su papelera, cogió algunos billetes de banco, los guardó en el bolsillo, volvió a cerrar, y tiró de la campanilla. Vasco asomó la cabeza. —Haced que pase —dijo Marius. Entró un hombre y la sorpresa de Marius fue grande, pues le era totalmente desconocido. El personaje introducido por Vasco, de edad avanzada, tenía una enorme nariz, anteojos verdes y el pelo gris y caído sobre la frente hasta las cejas, como la peluca de los cocheros ingleses de las casas de alcurnia. El disgusto experimentado por Marius al ver entrar a un hombre distinto del que esperaba, recayó sobre el recién venido. —¿Qué se os ofrece? —le preguntó secamente. El personaje contestó sonriéndose, como lo habría hecho un cocodrilo capaz de sonreírse, y con un tono de voz en todo diferente del que Marius 517
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