—Mañana comeré. —O el año que viene. ¿Por qué no coméis ahora? ¿A qué dejarlo para mañana? ¡Hacer tal desaire a mi comida! ¡Despreciar mis patatas que estaban tan buenas! Jean Valjean tomó la mano de la portera y le dijo con bondadoso acento: —Os prometo comerlas. Transcurrió una semana sin que diera un paso por el cuarto. La portera dijo a su marido: —El buen hombre de arriba no se levanta ya ni come. No durará mucho. ¡Los disgustos, los dis-gustos! Nadie me quitará de la cabeza que su hija se ha casado mal. El portero replicó con el acento de la sobera-nía marital: —Morirá. Esa misma tarde la portera divisó en la calle a un médico del barrio, y acudió a él suplicándole que subiera a ver al enfermo. —Es en el segundo piso —le dijo—. El infeliz no se mueve de la cama. El médico vio a Jean Valjean y habló con él. Cuando bajó, la portera le preguntó por el paciente. —Está muy grave —dijo el doctor. —¿Qué es lo que tiene? —Todo y nada. Es un hombre que, según las apariencias, ha perdido a una persona querida. Algunos mueren de eso. —¿Qué os ha dicho? —Que se sentía bien. —¿Volveréis? 514
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