Gradualmente el anciano cesó de ir hasta la esquina de las Hijas del Calvario. Se detenía a mitad de camino en la calle Saint—Louis. Al poco tiempo no pudo llegar siquiera hasta allí. Parecía un péndulo cuyas oscilaciones, por falta de cuerda, van acortándose hasta que al fin se paran. Todos los días salía de su casa a la misma hora, emprendía el mismo trayecto, pero no lo acababa ya; y tal vez sin conciencia de ello, lo iba abreviando incesantemente. La expresión de su semblante parecía decir: ¿Para qué? La pupila estaba apagada y ya no había lágrima; sus ojos medi-tabundos permanecían secos. A veces, cuando hacía mal tiempo, llevaba un paraguas que jamás abría. Los niños lo seguían y se burlaban de él. 511
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