El resultado de aquella secreta conversación fue un paseo al campo que se realizó el domingo siguiente, al que invitaron los estudiantes a las jóvenes. Ese día las cuatro parejas llevaron a cabo con-cienzudamente todas las locuras campestres posi-bles en ese entonces. Principiaban las vacaciones, y era un claro y ardiente día de verano. Favorita, que era la única que sabía escribir, envió la noche anterior a Tholomyés una nota diciendo: \"Es muy sano salir de madrugada\". Por esta razón se levantaron todos a las cinco de la mañana. Fueron a Saint—Cloud en coche; se pararon ante la cascada; jugaron en las arboledas del estanque grande y en el puente de Sévres; hicieron ramilletes de flores; comieron en todas partes pastelillos de manzanas; Tholomyès, que era capaz de todo, se ponía una cosa extraña en la boca llamada cigarro y fumaba; en fin, fueron perfectamente felices. II. Alegre fin de la alegría Aquel día parecía una aurora continua. Las cuatro alegres parejas resplandecían al sol en el campo, entre las flores y los árboles. En aquella felicidad común, hablando, cantan-do, corriendo, bailando, persiguiendo mariposas, cogiendo campanillas, mojando sus botas en las hierbas altas y húmedas, recibían a cada momento los besos de todos, excepto Fantina que permane-cía encerrada en su vaga resistencia pensativa y respetable. Era la alegría misma, pero era a la vez el pudor mismo. —Tú —le decía Favorita—, tú tienes que ser siem-pre tan rara. Fueron al parque a columpiarse y después se embarcaron en el Sena. De cuando en cuando, preguntaba Favorita: —¿Y la sorpresa? Paciencia —respondía Tholomyès. Cansados ya, pensaron en comer y se diri-gieron a la hostería de Bombarda. Allí se instala-ron en una sala grande y fea, alrededor de una mesa llena de platos, bandejas, vasos y botellas de cerveza y de vino. Prosiguieron la risa y los besos. 51
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