de quinientos francos al mes. Sois rica. —No sé —respondió Cosette. —Lo mismo ha sucedido con Santos. Se ha ido y no la habéis reemplazado. ¿Por qué? —Basta con Nicolasa. —Pero no tenéis doncella. —¿No tengo a Marius? —Casa propia, criados, carruaje, palco en la Opera, todo esto deberíais tener. ¿Por qué no sa-car provecho de la riqueza? La riqueza ayuda a la felicidad. Cosette no respondió nada. Las visitas de Jean Valjean no se abreviaban, antes por el contrario. Cuando el corazón se esca-pa, nada detiene al hombre en la pendiente. Siempre que Jean Valjean deseaba prolongar su visita y hacer olvidar la hora, elogiaba a Marius; decía que era noble, valeroso, lleno de ingenio, elocuente, bueno. Cosette resplandecía. De esta manera lograba Jean Valjean permanecer alli más tiem-po. ¡Le era tan dulce ver a Cosette y olvidarlo todo a su lado! Era la única medicina para su llaga. Varias veces tuvo Vasco que repetir este recado: el señor Gillenormand me envía a recordar a la seño-ra baronesa que la cena está servida. Entonces se marchaba muy pensativo. Un día se quedó más tiempo aún de lo que acostumbraba. Al día siguiente notó que no había fuego en la chimenea. —¡Dios mío!, ¡qué frío se siente aquí! —exclamó Cosette al entrar—. ¿Sois vos el que habéis dado orden a Vasco de que no encienda? —Sí. Ya estamos por llegar a mayo y me ha parecido que era inútil. —¡Otra de esas ideas vuestras! —respondió Cosette. Al otro día no faltaba el fuego, pero los dos sillones estaban colocados en el extremo opuesto de la sala, cerca de la puerta. 508
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