Y se arrojó en sus brazos. Jean Valjean, desvanecido, la estrechó contra su pecho pareciéndole casi que la recobraba. —¡Gracias, padre! —dijo Cosette Jean Valjean se desprendió con dulzura de los brazos de Cosette, y tomó el sombrero. —¿Adónde vais? —preguntó Cosette. —Me retiro, señora; os aguardan. Y desde el umbral añadió: —Os he tuteado. Decid a vuestro marido que no volverá a suceder. Perdonadme. Salió dejando a Cosette atónita con aquel adiós enigmático. II. De mal en peor Jean Valjean volvió al día siguiente a la misma hora. Cosette no le hizo preguntas ni mostró admi-ración ni dijo que sentía frío, ni habló mal de la sala; evitó al mismo tiempo llamarle padre y señor Jean; dejó que la tratase de vos y de señora. Pero estaba menos alegre. Probablemente habría tenido con Marius una de esas conversaciones en que el hombre amado dice lo que quiere y, sin explicar nada, satisface a la mujer amada. La curiosidad de los enamorados no se extiende a menudo más que a su amor. La sala baja estaba algo más limpia. Las visitas continuaron siendo diarias. Jean Valjean no tuvo valor para ver en las palabras de Marius otra cosa que la letra. Marius, por su parte se ingenió de manera que siempre se hallaba au-sente cuando él iba. Las personas de la casa se acostumbraron a aquel nuevo capricho del señor Fauchelevent. Nadie entrevió la siniestra realidad. Mas, ¿quién podía adivinar semejante cosa? 505
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