LIBRO SEPTIMO. Decadencia crepuscular I. La sala del piso bajo Al día siguiente, cuando empezaba a oscurecer, Jean Valjean llamó a la puerta cochera de la casa del señor Gillenoxmand. Vasco lo recibió; se en-contraba allí como si cumpliera órdenes especiales. —El señor barón me encargó que os pregunte si queréis subir o quedaros abajo. —Quedarme abajo —respondió Jean Valjean. Vasco, respetuoso como siempre, abrió la puer-ta de la sala. —Voy a avisar a la señora —dijo. La habitación en que Jean Valjean entró era una especie de subterráneo abovedado y húme-do, con el suelo de ladrillos rojos, que servía a veces de bodega y que daba a la calle; tenía una pequeña ventana que permitía apenas el paso a unos míseros rayos de luz. La sala, pequeña y de techo bajo, estaba sucia; se veían unas cuantas botellas vacías, amontonadas en un rincón. La pared estaba des-cascarada; en el fondo había una chimenea en-cendida, lo cual indicaba que se contaba con la respuesta de Jean Valjean. A cada lado de la chimenea había un sillón, y entre los dos sillo-nes, a modo de alfombra, una vieja bajada de cama, que mostraba más trama que lana. El alumbrado de la habitación consistía en la llama de la chimenea y el crepúsculo de la ventana. Jean Valjean estaba cansado; llevaba muchos días sin comer ni dormir. Se dejó caer en uno de los sillones. Vasco entró, puso sobre la chimenea una vela encendida y se retiró, sin que Jean Valjean, con la cabeza inclinada hasta tocar el pecho, hubiera notado su presencia. De repente se levantó 501

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