ni a su madre. Se llamaba Fantina. ¿Y por qué se llamaba Fantina? Cuando nació se vivía la época del Directorio. Como no tenía nombre de familia, no tenía familia; como no tenía nombre de bautis-mo, la Iglesia no existía para ella. Se llamó como quiso el primer transeúnte que la encontró con los pies descalzos en la calle. Recibió un nombre, lo mismo que recibía en su frente el agua de las nubes los días de lluvia. Así vino a la vida esta criatura humana. A los diez años Fantina abando-nó la ciudad y se puso a servir donde los granje-ros de los alrededores. A los quince años se fue a París a \"buscar fortuna\". Permaneció pura el ma-yor tiempo que pudo. Fantina era hermosa. Tenía un rostro deslumbrador, de delicado perfil, los ojos azul oscuro, el cutis blanco, las mejillas infan-tiles y frescas, el cuello esbelto. Era una bonita rubia con bellísimos dientes; tenía por dote el oro y las perlas; pero el oro estaba en su cabeza, y las perlas en su boca. Trabajó para vivir, y después amó también para vivir, porque el corazón tiene su hambre. Y amó a Tholomyès. Amor pasajero para él; pasión para ella. Las calles del Barrio Latino, que hormiguean de estu-diantes y modistillas, vieron el principio de este sueño. Fantina había huido mucho tiempo de Tho-lomyès, pero de modo que siempre lo encontraba en los laberintos del Panteón, donde empiezan y terminan tantas aventuras. Blachevelle, Listolier y Fameuil formaban un grupo a cuya cabeza estaba Tholomyès, que era el más inteligente. Un día Tholomyès llamó aparte a los otros tres, hizo un gesto propio de un oráculo y les dijo: —Pronto hará un año que Fantina, Dalia, Zefi-na y Favorita nos piden una sorpresa. Se la hemos prometido solemnemente, y nos la están recla-mando siempre; a mí sobre todo. Al mismo tiem-po nuestros padres nos escriben. Nos vemos apre-miados por las dos partes. Me parece que ha llegado el momento. Escuchad. Tholomyès bajó la voz, y pronunció con gran misterio algunas palabras tan divertidas, que de las cuatro bocas salieron entusiastas carcajadas, al mismo tiempo que Blachevelle exclamaba: \"¡Es una gran idea!\" 50
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