el Emperador fue también a visitarlo, el digno cura que esperaba en la antesa-la se halló al paso de Su Majestad Imperial. Napo-león, notando la curiosidad con que aquel ancia-no lo miraba, se volvió, y dijo bruscamente: ¿Quién es ese buen hombre que me mira? Majestad —dijo el señor Myriel—, vos miráis a un buen hombre y yo miro a un gran hombre. Cada uno de nosotros puede beneficiarse de lo que mira. Esa misma noche el Emperador pidió al carde-nal el nombre de aquel cura y algún tiempo des-pués el señor Myriel quedó sorprendido al saber que había sido nombrado obispo de D. Llegó a D. acompañado de su hermana, la se-ñorita Baptistina, diez años menor que él. Por toda servidumbre tenían a la señora Maglóire, una cria-da de la misma edad de la hermana del obispo. La señorita Baptistina era alta, pálida, delgada, de modales muy suaves. Nunca había sido bonita, pero al envejecer adquirió lo que se podría llamar la belleza de la bondad. Irradiaba una transparencia a través de la cual se veía, no a la mujer, sino al ángel. La señora Magloire era una viejecilla blanca, gorda, siempre afanada y siempre sofocada, tanto a causa de su actividad como de su asma. A su llegada instalaron al señor Myriel en su palacio episcopal, con todos los honores dispues-tos por los decretos imperiales, que clasificaban al obispo inmediatamente después del mariscal de campo. Terminada la instalación, la población aguardó a ver cómo se conducía su obispo. II. El señorMyriel se convierte en monseñor Bienvenido El palacio episcopal de D. estaba contiguo al hos-pital, y era un vasto y hermoso edificio construido en piedra a principios del último siglo. Todo en él respiraba cierto aire de grandeza: las habitaciones del obispo, los salones, las habitaciones interiores, el patio de honor muy amplio con galerías de arcos según la antigua costumbre florentina, los jardines plantados de magníficos árboles. 5

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