implacable. Se di-ría que os castiga, pero no, os recompensa; os lleva a un infierno donde se siente junto a sí a Dios. Y con indecible acento añadió: —Señor de Pontmercy; esto no tiene sentido común; soy un hombre honrado. Degradándome a vuestros ojos, me elevo a los míos. Esto me sucedió ya antes. Sí, soy un hombre honrado. No lo sería si por mi culpa hubieseis continuado esti-mándome; ahora que me despreciáis, lo soy. Ten-go la fatalidad de que no pudiendo jamás poseer sino una consideración robada, esa consideración me humilla y agobia interiormente, y necesito, para el respeto propio, el desprecio de los demás. Entonces alzo la frente. Soy un presidiario que obedece a su conciencia; caso raro, lo sé. He contraído compromisos conmigo mismo y los cum-plo. Hay encuentros que nos ligan, y casualidades que nos impulsan por el camino del deber. Jean Valjean hizo otra pausa tragando la saliva con esfuerzo, como si sus palabras tuviesen un sabor amargo, y luego prosiguió: —Cuando se horroriza uno de sí mismo hasta ese extremo, no tiene derecho para hacer a los demás partícipes, sin saberlo, de su horror. En vano Fauchelevent me prestó su nombre en agra-decimiento por un favor; no me asiste derecho para llevarlo y aunque él haya querido dármelo, yo no he podido aceptarlo. Un nombre es la per-sonalidad. Sustraer un nombre, y cubrirse con él, está mal hecho. Tan grave delito es robar letras del alfabeto como robar un reloj. ¡Ser una firma falsa en carne y hueso, una llave falsa viva; entrar en casa de las personas honradas falseando la cerradura; no mirar nunca sino de través, encon-trarme infame en el fondo de mi corazón! ¡No, no, no! Vale más padecer; sangrar, llorar, pasar las noches en las convulsiones de la agonía, roerse el alma. Por eso os he contado lo que acabáis de oír. Respiró penosamente, y pronunció después esta última frase: —En otro tiempo, para vivir robé un pan: hoy para vivir no quiero robar un nombre. —¡Para vivir! —dijo Marius—. ¿Acaso necesitáis de ese nombre para vivir? —¡Ah! Yo me entiendo —respondió Jean Valjean. 493
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