Jean Valjean inclinó la cabeza, y continuó: —¿Qué soy para Cosette? Un extraño. Hace diez años ignoraba mi existencia. La quiero mucho, es cierto. Cuando uno, ya viejo, ha visto crecer a una niña, es natural que la quiera. Los viejos se creen abuelos de todos los niños. Supongo que no iréis a considerarme desprovisto enteramente de cora-zón. Era huérfana. No tenía padre ni madre. Me necesitaba, y por eso le he consagrado todo mi cariño. Los niños son tan débiles que cualquiera, aun siendo un hombre de mi clase, puede servir-les de protector. He cumplido ese deber con Co-sette. No creo que esto merezca el nombre de buena acción; pero, si lo merece, yo la he ejecuta-do. Anotad esta circunstancia atenuante. Hoy Co-sette deja mi casa, con lo cual nuestros caminos se separan, y en lo sucesivo no puedo hacer nada por ella. Cosette es ya la señora de Pontmercy. En cuanto a los seiscientos mil francos, aunque no me habléis de ellos, me anticipo a vuestro pensa-miento. Es un depósito. ¿Cómo se hallaba en mis manos ese depósito? Poco importa. Devuelvo el depósito y no se me debe exigir más. Completo la restitución diciendo mi verdadero nombre. Es im-portante para mí que sepáis quién soy. Y Jean Valjean clavó la vista en Marius. Marius estaba atónito con la nueva situación que se abría ante él. —Pero, ¿por qué me decís todo esto? ¿Quién os obligaba? Podíais guardar vuestro secreto. Nadie os ha denunciado. No sé os persigue. No se sabe vuestro paradero. Sin duda tenéis alguna razón para hacer, libremente, una revelación así. Aca-bad. Hay algo más. ¿Con qué motivo me habéis hecho esta confesión? —¿Qué motivo? —respondió Jean Valjean con una voz tan baja y tan sorda, que se hubiera dicho que hablaba consigo mismo más que con Marius—. ¿Qué motivo ha obligado al presidario a decir: soy un presidario? Pues bien, el motivo es extraño. Es por honradez. Mi mayor desgracia es un hilo que tengo en el corazón, y que me tiene amarrado. Esos hilos nunca son tan sólidos como cuando uno es viejo. Toda la vida se quiebra en derredor; ellos resisten. Si hubiera podido arran-car ese hilo, romperlo, desatar el nudo o cortarlo, irme muy lejos, me habría salvado; con partir de aquí bastaba. Sois felices y me marcho. Traté de romper ese hilo, pero resistió y no se ha roto; me arrancaba el corazón al hacerlo. 491
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