—Ni he tenido jamás nada. En efecto no se veía allí señal de ninguna herida. Jean Valjean prosiguió: —Convenía que no asistiera a vuestro casa-miento, y me ausenté lo más que pude. Fingí esta herida para evitar falsedades; para no invalidar los contratos matrimoniales, para no tener que firmar. —¿Qué significa esto? —preguntó Marius entre dientes. —Esto significa —respondió Jean Valjean— que estuve en presidio. —¡Vais a volverme loco! —Señor de Pontmercy, he estado diecinueve años en presidio por robo. Luego se me condenó a cadena perpetua, también por robo, como rein-cidente y a estas horas estoy prófugo. Marius hacía vanos esfuerzos por retroceder ante la realidad, por resistir a la evidencia. —¡Decidlo todo, todo! —exclamó—. ¡Sois el pa-dre de Cosette! Y dio dos pasos hacia atrás con un movimien-to de horror indecible. Jean Valjean irguió la cabeza con actitud ma-jestuosa. —¡Padre de Cosette, yo! En nombre de Dios os juro que no, señor barón de Pontmercy. Soy un aldeano de Faverolles. Ganaba la vida podando árboles. No me llamo Fauchelevent, sino Jean Val-jean. Ningún parentesco me une a Cosette. Tran-quilizaos. —¿Y quién me prueba...? —balbuceó Marius. —Yo. Yo, puesto que lo digo. Marius miró a aquel hombre; estaba serio y tranquilo. La mentira no podía salir de semejante calma glacial. —Os creo —dijo. 490

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