La palabra padre, dicha al señor Fauchelevent por Marius significaba felicidad suprema. Había exis-tido siempre entre ambos frialdad y tensión. Pero Marius se encontraba ahora en ese punto de em-briaguez en que las dificultades desaparecen, en que el hielo se derrite, en que el señor Fauchele-vent era para él, como para Cosette, un padre. Continuó; las palabras salían a torrentes, re-acción propia de los divinos paroxismos de la felicidad: —¡Qué contento estoy de veros! ¡Si supiéseis cómo os echamos de menos ayer! ¿Cómo va esa mano? Mejor, ¿no es verdad? Y satisfecho de la respuesta que se daba a sí mismo, prosiguió: —Hemos hablado mucho de vos. ¡Cosette os quiere tanto! No vayáis a olvidaros de que tenéis aquí vuestro cuarto. Basta de calle del Hombre Armado. Basta. Vendréis a instalaros aquí y desde hoy o Cosette se enfadará. Habéis conquistado a mi abuelo, le agradáis sobremanera. Viviremos to-dos juntos. ¿Sabéis jugar al whist? En tal caso, mi abuelo hallará en vos cuanto desea. Los días que yo vaya al tribunal sacaréis a pasear a Cosette, la llevaréis del brazo, como hacíais en otro tiempo en el Luxemburgo. Estamos decididos a ser muy di-chosos; y vos entráis en nuestra felicidad. ¿Oís, padre? Supongo que hoy almorzaréis con nosotros. —Señor —dijo Jean Valjean—, tengo que comuni-caros una cosa. Soy un ex presidiario. El límite de los sonidos agudos perceptibles puede estar lo mismo fuera del alcance del espíri-tu que de la materia. Estas palabras: \"Soy un expresidiario\", al salir de los labios del señor Fau-chelevent y al entrar en el oído de Marius, iban más allá de lo posible; Marius, pues, no oyó. Se quedó con la boca abierta. Entonces advirtió que aquel hombre estaba desfigurado. En su felicidad no había notado la palidez terrible de su cara. Jean Valjean desató el pañuelo negro que sos-tenía su brazo, se quitó la venda de la mano, descubrió el dedo pulgar, y dijo mostrándoselo a Marius: —No tengo nada en la mano. Marius miró el dedo. 489
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