—Que averigües dónde viven los de esa boda. —¿Adónde van? —Sí, es muy importante, Azelma, ¿me entien-des? Se reinició el fluir de los vehículos, y el ca-rruaje de las máscaras perdió al de los novios. II. Jean Valjean contínúa enfermo Cosette irradiaba hermosura y amor. Los hermosos cabellos de Marius estaban lustrosos y perfuma-dos; pero se entreveían acá y allá las cicatrices de la barricada. Todos los tormentos pasados se convertían para ellos en goces. Les parecía que los disgustos, los insomnios, las lágrimas, las angustias, los terrores, la desesperación, al transformarse en caricias y rayos de luz hacían aún más agradable el momen-to que se aproximaba. ¡Qué bueno es haber sufri-do! Sin las desgracias anteriores fuera menos gran-de ahora su felicidad. Cosette no había mostrado nunca más cariño a Jean Valjean; exhalaba el amor y la bondad como un perfume. Es propio de las personas feli-ces desear que las demás también lo sean. Busca-ba para hablarle las inflexiones de voz del tiempo en que era niña, y lo acariciaba con su sonrisa. —¿Estáis contento, padre? —Sí. —Entonces, reíos. Jean Valjean se sonrió. Antes de pasar al comedor donde se había preparado un banquete, el señor Gillenormand buscó a Jean Valjean. —¿Sabes dónde está el señor Faucheleventi?— pre-guntó a Vasco. —Señor, precisamente acaba de salir, y me en-cargó decirle que le dolía 483
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