contó su historia con el poli-cía, la captura del hombre que salió de la cloaca con el herido a cuestas, la llegada a la calle de las Hijas del Calvario, y finalmente el momento en que el policía lo despachó y se llevó al otro indi-viduo. Marius sólo recordaba haber perdido el cono-cimiento cuando una mano lo cogió al momento de caer al suelo, y luego despertó en casa del abuelo. Se perdía en conjeturas. ¿Cómo, si cayó en la calle de la Chanvrerie el policía lo recogió en el puente de los Inválidos? Alguien lo había trasladado desde el barrio del Mercado a los Cam-pos Elíseos a través de la cloaca. ¡Inaudita abne-gación! ¿Y quién era ese alguien? ¿Habría muerto? ¿Qué clase de hombre era? Nadie podía decirlo. El cochero se limitaba a responder que la noche estaba muy oscura; Vasco y Nicolasa, en su azora-miento, habían mirado sólo al señorito cubierto de sangre. Esperando que lo ayudarían en sus investiga-ciones, conservó Marius la ropa ensangrentada que tenía puesta esa noche. Al examinar la levita, notó que a uno de los faldones le faltaba un pedazo. Una tarde hablaba Marius delante de Cosette y de Jean Valjean de esta singular aventura y de la inutilidad de sus esfuerzos. Le molestó el rostro frío del señor Fauchelevent, y exclamó con una vivacidad que casi tenía la vibración de la cólera: —Sí, ese hombre, quienquiera que sea, ha sido sublime. ¿Sabéis qué hizo? Se arrojó en medio del combate, me sacó de allí, abrió la alcantarilla, bajó a ella conmigo. Tuvo que andar más de legua y media por horribles galerías subterráneas, encor-vado en medio de las tinieblas, a través de las cloacas. ¿Y con qué objeto? Sin otro objeto que salvar un cadáver. Y el cadáver era yo. Sin duda pensó: quizás en ese miserable haya todavía un resto de vida y para salvar esa pobre chispa voy a aventurar mi existencia. ¡Y no la arriesgó una vez, sino veinte! Cada paso era un peligro. La prueba es que lo prendieron al salir de la cloaca. ¿Sabéis que ese hombre hizo todo esto sin esperar ningu-na recompensa? ¿Qué era yo? Un insurrecto, un vencido. ¡Oh!, si los seiscientos mil francos de Cosette fuesen míos... —Son vuestros —interrumpió Jean Valjean. —Pues bien —continuó Marius—, los daría por encontrar a ese hombre. 479
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