aquellos seres dichosos. —¿Quién es la señorita Eufrasia? —preguntó el abuelo, asustado. —Soy yo —respondió Cosette. —¡Seiscientos mil francos! —exclamó el señor Gillenormand. —Menos catorce o quince mil quizá —dijo Jean Valjean. Y colocó en la mesa el paquete. Lo abrió; era un legajo de billetes de banco. Los contó, y había en total quinientos ochenta y cuatro mil francos. —¡Miren ese diablo de Marius que ha ido a tropezar en la región de los sueños con una millo-naria! Ni Rothschild. En cuanto a Marius y Cosette, no hacían más que mirarse, prestando apenas atención a aquel incidente. V. Más vale depositar el dinero en el bosque que en el banco Jean Valjean después del caso Champmathieu pudo, gracias a su primera evasión, ir a París y retirar de Casa Laffitte la suma que tenía depositada a nom-bre del señor Magdalena. Temiendo ser apresado de nuevo, escondió el dinero en el bosque de Montfermeil dentro de un pequeño cofre de ma-dera. Junto a los billetes puso su otro tesoro, los candelabros del obispo. Fue en esa ocasión cuan-do lo vio Boulatruelle por primera vez. Cada vez que necesitaba dinero, venía Jean Valjean al bosque. Cuando supo que Marius comenzaba a con-valecer, pensó que había llegado la hora en que aquel dinero sería de utilidad, y fue a buscarlo. Fue la segunda y última vez que lo vio Boula-truelle. De los seiscientos mil francos originales, Jean Valjean había retirado cinco mil francos, que fue lo que costó la educación de Cosette, más qui-nientos francos para sus gastos personales. Los dos ancianos procuran labrar, cada uno a su manera, la felicidad de Cosette Jean Valjean sabía que nada tenía ya que temer de Javert. Había oído contar, y lo vio confirmado en el Monitor, el caso de un inspector de 475
RkJQdWJsaXNoZXIy Nzg5NTA=