Marius permaneció junto a la puerta. Llevaba bajo el brazo un paquete bastante parecido a un libro con cubierta de papel verde, algo mohoso. El señor Gillenormand lo saludó y dijo con voz alta: —Señor Fauchelevent, tengo el honor de pedi-ros para mi nieto, el señor barón Marius de Pont-mercy, la mano de esta señorita. El señor Fauchelevent se inclinó en señal de asentimiento. —Negocio concluido —dijo el abuelo. Y volviéndose hacia Marius y Cosette, con los dos brazos extendidos en actitud de bendecir, les gritó: —Se os permite adoraros. No dieron lugar a que se les repitiese pues en seguida empezó el susurro, Marius recostado en el sillón y Cosette de pie junto a él. Después, como había gente delante, cesaron de hablar, contentándose con estrecharse suave-mente las manos. El señor Gillenormand se volvió a los que estaban en el cuarto, y les dijo: —Vamos, hablad alto, meted ruido, ¡qué dia-blos!, para que estos muchachos puedan charlar a gusto. Permaneció un instante en silencio, y luego dijo, mirando a Cosette: —¡Es preciosa! ¡Preciosa! Hijos míos, adoraos. Pero —añadió poniéndose triste de repente—, ¡qué lástima! Ahora que pienso, sois tan pobres. Más de la mitad de mis rentas son vitalicias. Mientras yo viva, todo marchará bien; pero, después que muera, de aquí a unos veinte años, ¡ah, pobreci-llos! No tendréis un centavo. Se oyó entonces una voz grave y tranquila, que decía: —La señorita Eufrasia Fauchelevent tiene seis-cientos mil francos. Era la voz de Jean Valjean. No había desplegado aún los labios; nadie parecía cuidarse siquiera de que estuviese allí, y él permanecía de pie a inmóvil detrás de todos 474
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