Hubo un momento de inefable expansión, en que se ahogaban sin poder hablar. Por fin, el abuelo tartamudeó: —Vamos, ya estás desenojado, ya has dicho padre. Marius desprendió su cabeza de los brazos del anciano y dijo alzando apenas la voz: —Pero, padre, ahora que estoy sano, me pare-ce que podría verla. —También lo tenía previsto. La verás mañana. —¡Padre! —¿Qué? —¿Por qué no hoy? —Sea hoy, concedido. Me has dicho tres veces padre y vaya lo uno por lo otro. En seguida lo la traerán. Lo tenía previsto, créeme. IV. El señor Faucbelevent con un bulto debajo del brazo Cosette y Marius se volvieron a ver. Toda la familia, incluso Vasco y Nicolasa, esta-ba reunida en el cuaito de Marius cuando entró Cosette. Precisamente en aquel instante iba a sonarse el anciano y se quedó parado, cogida la nariz, y mirando a Cosette por encima del pañuelo. —¡Adorable! —exclamó. Después se sonó estrepitosamente. Cosette estaba embriagada de felicidad, medio asustada, en el cielo. Balbuceaba, ya pálida, ya encendida, queriendo echarse en brazos de Ma-rius, y sin atreverse. Detrás de Cosette había entrado un hombre de cabellos blancos, serio y, sin embargo, sonrien-te, aunque su sonrisa tenía cierto tinte vago y doloroso. Era el señor Fauchelevent; era Jean Valjean. En el cuarto de 473

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