LIBRO CUARTO. El nieto y el abuelo I. Volvemos a ver el árbol con el parche de zinc Poco tiempo después de estos acontecimientos, Boulatruelle tuvo una viva emoción. Se recordará que Boulatruelle era aquel peón caminero de Montfermeil, aficionado a las cosas turbias. Partía piedras y con ellas golpeaba a los viajeros que pasaban por los caminos. Tenía un solo sueño: como creía en los tesoros ocultos en el bosque de Montfermeil, esperaba que un día cualquiera encontraría dinero en la tierra al pie de un árbol. Por mientras, tomaba con agrado el di-nero de los bolsillos de los viajeros. Pero por ahora era prudente. Había escapado con suerte de la emboscada en la buhardilla de Jondrette, gracias a su vicio: estaba absolutamen-te borracho aquella noche. Nunca se pudo com-prábar si estaba allí como ladrón o como vícti-ma. Por lo tanto, fue puesto en libertad. Volvió a su trabajo a los caminos, pensativo, temeroso, cuidadoso en los robos y más aficionado que nunca al vino. Una mañana en que se dirigía al despuntar el día a su trabajo, divisó entre los ramajes a un hombre cuya silueta le pareció conocida. Boula-truelle, por borracho que fuera, tenía una excelen-te memoria. —¿Dónde diablos he visto yo alguien así? —se preguntó. Pero no pudo darse una respuesta clara. Hizo sus lucubraciones y sus cálculos. El hom-bre no era del pueblo; llegaba a pie; había cami-nado toda la noche; no podía venir de muy lejos, pues no traía maleta. Venía de París, sin duda. ¿Qué hacía en ese bosque, y a esa hora? Boulatruelle pensó en el tesoro. A fuerza de retroceder en su memoria, se 468

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