zapatos, y perma-necen descalzos en el piso de ladrillos mientras se les registra. Muchos tosen cuando se les con-duce al encierro. Esto ocasiona gastos de enfer-mería. \"Tercero. Es conveniente que al seguir una pista lo hagan dos agentes y que no se pierdan de vista, con el objeto de que si por cualquier causa un agente afloja en el servicio, el otro lo vigile y cumpla su deber. \"Cuarto. No se comprende por qué el regla-mento especial de la cárcel prohíbe al preso que tenga una silla, aun pagándola. \"Quinto. Los detenidos, llamados ladradores, porque llaman a los otros a la reja, exigen dos sueldos de cada preso por pregonar su nombre con voz clara. Es un robo. \"Sexto. Se oye diariamente a los gendarmes referir en el patio de la Prefectura los interrogato-rios de los detenidos. En un gendarme, que de-biera ser sagrado, semejante revelación es una grave falta.\" Javert trazó las anteriores líneas con mano fu-me y escritura corrects, no omitiendo una Bola coma, y haciendo crujir el papel bajo su plums, y al pie estampó su firms y fecha, \"7 de junio de 1832, a eso de la una de la madrugada\". Dobló el papel en forma de carta, lo selló, lo dejó sobre la mesa y salió. Cruzó de nuevo diagonalmente la plaza del Chatelet, llegó al muelle, y fue a situarse con una exactitud matemática en el punto mismo que deja-ra un cuarto de hora atrás. Los codos, como antes, sobre el parapeto. Parecía no haberse movido. Obscuridad completa. Era el momento sepul-cral que sigue a la medianoche. Nubes espesas ocultaban las estrellas. El cielo tenía un aspecto siniestro; no pasaba nadie; las calles y los muelles hasta donde la vista podía alcanzar, estaban desiertos; el río había crecido con las lluvias. Javert inclinó la cabeza y miró. Todo estaba negro. No veía nada, pero sentía el frío hostil del río y el olor insípido de las piedras. La sombra que lo rodeaba estaba llena de horror. 466
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