perderse a perder a su enemigo, salvando al que le había golpeado, más cerca del ángel que del hombre; era un monstruo cuya existencia ya no podía negar. Esto no podía seguir así. En realidad no se había rendido de buen gra-do a aquel monstruo, a aquel ángel infame. Veinte veces, cuando iba en el carruaje con Jean Valjean, el tigre legal había rugido en él. Veinte veces había sentido tentaciones de arrojarse sobre él y arrestarlo. ¿Había algo más sencillo? ¿Había cosa más justa? Y entonces, igual que ahora, tropezó con una barrera insuperable; cada vez que la mano del policía se levantaba convulsivamente para co-ger a Jean Valjean por el cuello, había vuelto a caer, y en el fondo de su pensamiento oía una voz, una voz extraña que le gritaba: \"Muy bien, entrega a lo salvador, y en seguida haz traer la jofaina de Poncio Pilatos, y lávate las garras\". Después se examinaba a sí mismo, y junto a Jean Valjean ennoblecido, contemplaba a Javert degradado. ¡Un presidiario era su bienhechor! Sentía como si le faltaran las raíces. El Código no era más que un papel mojado en su mano. No le bastaba ya la honradez antigua. Un orden de hechos inesperados surgía y lo subyugaba. Era para su alma un mundo nuevo; el beneficio acep-tado y devuelto, la abnegación, la misericordia, la indulgencia; no más sentencias definitivas, no más condenas; la posibilidad de una lágrima en los ojos de la ley; una justicia de Dios, contraria a la justicia de los hombres. Divisaba en las tinieblas la imponente salida de un sol moral desconocido, y experimentaba al mismo tiempo el horror y el deslumbramiento de semejante espectáculo. Se veía en la necesidad de reconocer con des-esperación que la bondad existía. Aquel presidia-rio había sido bueno; y también él, ¡cosa inaudita!, acababa de serlo. Era un cobarde. Se horrorizaba de sí mismo. Acababa de cometer una falta y no lograba explicarse cómo. Sin duda tuvo siempre la intención de poner a Jean Valjean a disposición de la ley, de la que era cautivo, y de la cual él, Javert, era esclavo. Toda clase de novedades enigmáticas se abrían a sus ojos. Se 464
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