LIBRO TERCERO. Javert desorientado I. Javert comete una infracción Javert se alejó lentamente de la calle del Hombre Armado. Caminaba con la cabeza baja por primera vez en su vida, y también por primera vez en su vida con las manos cruzadas atrás. Se internó por las calles más silenciosas. Sin embargo, seguía una dirección. Tomó por el cami-no más corto hacia el Sena, hasta donde se forma una especie de lago cuadrado que atraviesa un remolino. Este punto del Sena es muy temido por los marineros, pues quienes caen en aquel remolino no vuelven a aparecer, por más diestros nadado-res que sean. Javert apoyó los codos en el parapeto del muelle, el mentón en sus manos, y se puso a meditar. En el fondo de su alma acababa de pasar algo nuevo, una revolución, una catástrofe, y había materia para pensar. Padecía atrozmente. Se sentía turbado; su cerebro, tan límpido en su misma ceguera, había perdido la transparencia. Ante sí veía dos sendas igualmente rectas; pero eran dos y esto le aterraba, pues en toda su vida no había conocido sino una sola línea recta. Y para colmo de angustia aquellas dos sendas eran contrarias y se excluían mutuamente. ¿Cuál sería la verdadera? Su situación era imposible de expresar. Deber la vida a un malhechor; aceptar esta deuda y pagarla; estar, a pesar de sí mismo, mano a mano con una persona perseguida por la justicia y pagarle un servicio con otro servicio; permitir que le dijesen: márchate, y decir a su vez: quedas libre; sacrificar el deber a motivos personales; 462

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