defensa contra esos mocosos. Una vez que os han cogido, ya no os vuelven a soltar. La verdad es que no había otra cosa más querida para mí que ese niño. Se acercó a Marius, que seguía lívido a inmóvil. —¡Ah! ¡Desalmado! ¡Clubista! ¡Septembrista! ¡Cri-minal! Eran reconvenciones en voz baja dirigidas por un agonizante a un cadáver. En aquel momento abrió Marius lentamente los párpados, y su mirada, velada aún por el asom-bro letárgico, se fijó en el señor Gillenormand. —¡Marius! —gritó el anciano—. ¡Marius! ¡Hijo de mi alma! ¡Hijo ,adorado! Abres los ojos, me miras, estás vivo, ¡gracias! Y cayó desmayado. 461

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