¡Estaban afuera! Detrás quedaban las miasmas, la oscuridad, el horror; los inundaba ahora el aire puro, impregna-do de alegría. La hora del crepúsculo había pasa-do, y se acercaba a toda prisa la noche, libertado-ra y amiga de cuantos necesitan un manto de sombra para salir de alguna angustiosa situación. Durante algunos segundos se sintió Jean Valjean vencido por aquella serenidad augusta y grata. Hay ciertos minutos de olvido en que el padecimiento cesa de oprimir al miserable; en que la paz, cual si fuera la noche, cubre al soña-dor. Después, como si el sentimiento del deber lo despertara, se inclinó hacia Marius, y cogiendo agua en el hueco de la mano, le salpicó el rostro con algunas gotas. Los párpados de Marius no se movieron, y, sin embargo, su boca entreabierta respiraba. Iba a introducir de nuevo la mano en el río, cuando tuvo la sensación de que detrás suyo ha-bía alguien. Desde hacía poco, había, en efecto, una per-sona detrás de él. Era un hombre de elevada estatura, envuelto en una levita larga, y que llevaba en la mano derecha un garrote con puño de plomo. Estaba de pie, a muy corta distancia. Jean Valjean reconoció a Javert. Javert, después de su inesperada salida de la barricada, se dirigió a la prefectura de policía, dio cuenta de todo verbalmente al prefecto en persona, y continuó luego su servicio que implicaba, según la nota que se le encontró en Corinto, una inspec-ción de la orilla derecha del Sena, la cual hacía tiempo que despertaba la atención de la policía. Allí había visto a Thenardier, y se puso a seguirlo. Se comprenderá también que el abrir tan ob-sequiosamente aquella reja a Jean Valjean, fue una hábil perfidia de Thenardier, que sabía que allí estaba Javert. El hombre espiado tiene un olfato que no lo engaña. Era preciso arrojar algo que roer a aquel sabueso. Un . asesino, ¡qué hallazgo! Thenardier, haciendo salir en su lugar a Jean Valjean, proporcionaba una presa a la policía, que así de-sistiría de perseguirlo y lo olvidaría ante un asun-to de mayor importancia; ganaba dinero y queda-ba libre el camino 454
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