Y se puso a registrar con toda familiaridad los bolsillos de Jean Valjean y los de Marius. Jean Valjean, preocupado principalmente en que no le diera la claridad en el rostro, lo dejaba hacer. Al examinar la ropa de Marius, Thenardier, con la destreza de un escamoteador, halló medio de arran-car, sin que Jean Valjean lo notara, un pedazo de tela, y ocultarlo debajo de la blusa calculando, sin duda, que podría servirle algún día para saber quiénes eran el hombre asesinado y el asesino. En cuanto al dinero, no encontró más. —Es verdad —dijo—, eso es todo. Y, olvidándose de la idea de compartir, se lo guardó todo. En seguida sacó otra vez la llave. —Ahora, amigo mío, tienes que salir. Aquí como en la feria, se paga a la salida. Has pagado, sal. Y se echó a reír. Que al proporcionar a un desconocido el auxi-lio de aquella llave y al abrirle la reja, le guiase la intención pura y desinteresada de salvar a un ase-sino, hay más de un motivo para dudarlo. Jean Valjean, con la ayuda de Thenardier, colocó de nuevo a Marius sobre sus hombros. Thenardier se dirigió entonces a la reja con sigi-lo, indicando a Jean Valjean que lo siguiera; miró hacia afuera, se puso el dedo en la boca y permaneció algunos segundos como escuchan-do. Satisfecho de lo que oyera, introdujo la lla-ve en la cerradura. Entreabrió la puerta lo suficiente para que sa-liera Jean Valjean, volvió a cerrar, dio dos vueltas a la llave en la cerradura y se hundió otra vez en las tinieblas, sin hacer el menor ruido. Un segundo después, esta providencia de mala catadura se diluía en lo invisible. Jean Valjean se encontró al aire libre. V. Marius parece muerto Colocó a Marius en la ribera del Sena. 453
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