Volvió la espalda a la reja y se dejó caer en el suelo cerca de Marius, que continuaba inmóvil. Hundió la cabeza entre sus rodillas. Era la última gota de la amargura. ¿En qué pensaba en aquel profundo abati-miento? Ni en sí mismo, ni en Marius. Pensaba en Cosette. En medio de tal postración, una mano se apoyó en su hombro y una voz que hablaba bajo, susurró: —Compartamos. ¿Quién le hablaba en aquel lóbrego sitio? Nada se parece más al sueño que la desesperación, y Jean Valjean creyó estar soñando. No había oído pasos. ¿Era sueño o realidad? Levantó los ojos. Un hombre estaba delante de él. Iba vestido de blusa y estaba descalzo. Lleva-ba los zapatos en la mano izquierda pues, sin duda, se los había quitado para llegar sin ser oído. Jean Valjean no vaciló un momento. A pesar de cogerle tan de improviso, reconoció al hom-bre. Era Thenardier. Recobró al instante toda su presencia de áni-mo. La situación no podía empeorar, pues hay angustias que no tienen aumento posible y ni el mismo Thenardier añadiría oscuridad a aquella tenebrosa noche. Thenardier guiñó los ojos tratando de recono-cer al hombre que tenía delante de sí. No lo consiguió, porque Jean Valjean volvía la espalda a la luz y estaba, además, tan desfigurado, tan lleno de fango y de sangre, que ni aun en pleno día lo habría reconocido. Al revés, Jean Valjean no tuvo dudas pues el rostro de Thenardier estaba alum-brado por la luz de la reja. Esta desigualdad de posiciones bastaba para dar alguna ventaja a Jean Valjean en el misterioso duelo que iba a comenzar. El encuentro era entre Jean Valjean con más-cara, y Thenardier sin ella. Jean Valjean advirtió inmediatamente que The-nardier no lo reconocía. Thenardier habló primero. —¿Cómo pretendes salir? 450

RkJQdWJsaXNoZXIy Nzg5NTA=