Marais\". Jean Valjean permaneció un momento como absorto en sí mismo, repitiendo a media voz: calle de las Hijas del Calvario, número 6, señor Gille-normand. Volvió a colocar la cartera en el bolsillo de Marius. Había comido y recuperó las fuerzas. Puso otra vez al joven en sus hombros, apoyó cuidadosamente la cabeza en su hombro derecho, y continuó bajando por la cloaca. De súbito se golpeó contra la pared. Había llegado a un ángulo de la alcantarilla caminando desesperado y con la cabeza baja. Alzó los ojos y en la extremidad del subterráneo delante de él, lejos, muy lejos, percibió la claridad. Esta vez no era la claridad terrible, sino la claridad buena y blanca. Era el día. Jean Valjean veía la salida. Un alma condenada que en medio de las lla-mas divisara de repente la salida del infierno, ex-perimentaría lo que él experimentó; recobró sus piernas de acero y echó a correr. A medida que se aproximaba distinguía mejor la salida. Era un arco menos alto que la bóveda, la cual por grados iba decreciendo, y menos an-cho que la galería que iba estrechándose mientras la bóveda bajaba. Llegó a la salida. Allí se detuvo. Era la salida pero no se podía salir. El arco estaba cerrado con una fuerte reja, y la reja, que al parecer giraba muy pocas veces sobre sus oxidados goznes, estaba sujeta al dintel de piedra por una gruesa cerradura llena de herrum-bre, que parecía un enorme ladrillo. Se veía el agujero de la llave y el macizo pestillo profunda-mente encajado en la chapa de hierro. Jean Valjean colocó a Marius junto a la pared, en la parte seca; se dirigió a la reja y cogió con sus dos manos los barrotes. El sacudimiento fue frenético, pero la reja no se movió. Fue probando uno por uno los barrotes para ver si podía arran-car el menos sólido y convertirlo en palanca para levantar la puerta, o para romper la cerradura. Ningún barrote cedió. El obstáculo era invencible. No había manera de abrir la puerta. No quedaba más remedio que pudrirse allí. Cuan-to había hecho era inútil. Después de tanto esfuerzo, el fracaso. No tenía fuerzas para rehacer el camino, y pensó que todos los respiraderos debían estar igualmente cerrados. No había medio de salir de allí. 449
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