Calculó que los soldados bien podían ver tam-bién la reja que él descubriera debajo de los ado-quines. No había que perder un minuto. Recogió a Marius del suelo, se lo echó a cuestas, y se puso en marcha, penetrando resueltamente en aquella oscuridad. La verdad es que estaban menos a salvo de lo que Jean Valjean creía. ¿Cómo orientarse en aquel negro laberinto? El hilo de este laberinto, es la pendiente; siguiéndola se va al río. Jean Valjean lo comprendió de inmediato. Pensó que estaba probablemente en la cloaca del Mercado; que si tomaba a la izquierda y se-guía la pendiente llegaría antes de un cuarto de hora a alguna boca junto al Sena; es decir, que aparecería en pleno día en el punto más concurri-do de París. Los transeúntes al ver salir del suelo, bajo sus pies, a dos hombres ensangrentados, se asustarían; acudirían los soldados y antes de estar fuera se les habría ya echado mano. Era preferible internarse en el laberinto, fiarse de la oscuridad, y encomendarse a la Providencia en lo que respecta a la salida. Subió la pendiente y tomó a la derecha. Cuando hubo doblado la esquina de la gale-ría, la lejana claridad del respiradero desapareció, la cortina de tinieblas volvió a caer ante él, y de nuevo quedó ciego. No obstante, poco a poco, sea que otros respiraderos lejanos enviaran alguna luz, sea que sus ojos se acostumbraran a la oscuri-dad, empezó a entrever confusamente, tanto la pared que tocaba como la bóveda por debajo de la cual pasaba. La pupila se dilata en las tinieblas, y concluye por percibir claridad, del mismo modo que el alma se dilata en la desgracia, y termina por en-contrar en ella a Dios. Era difícil dirigir el rumbo. Estaba obligado a encontrar y casi a inventar su camino sin verlo. En ese paraje desconocido cada paso que daba podía ser el último de su vida. ¿Cómo salir? ¿Morirían allí, Marius de hemorragia, y él de hambre? A ninguna de estas preguntas sabía qué responder. De repente, cuando menos lo esperaba, y sin haber cesado de caminar en línea recta, notó que ya no subía; el agua del arroyo le golpeaba en los talones y no en la punta de los pies. La alcantari-lla bajaba ahora. ¿Por qué? ¿Iría a llegar de impro-viso al Sena? Este peligro era grande pero era mayor el de retroceder. Siguió avanzando. 444
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