La construcción de la cloaca de París no ha sido una obra insignificante. Los últimos diez si-glos han trabajado en ella sin poder terminarla como tampoco han podido terminar París. La cloaca sigue paso a paso el desarrollo de París. II. La cloaca y sus sorpresas Jean Valjean se encontraba en la cloaca de París. En un abrir y cerrar de ojos había pasado de la luz a las tinieblas, del mediodía a la mediano-che, del ruido al silencio, del torbellino a la quie-tud de la tumba, y del mayor peligro a la seguri-dad absoluta. Qué instante tan extraño aquel cuando cambió la calle donde en todos lados veía la muerte, por una especie de sepulcro donde debía encontrar la vida. Permaneció algunos segundos como aturdido, escuchando, estupefacto. Se había abierto de im-proviso ante sus pies la trampa de salvación que la bondad divina le ofreció en el momento crucial. Entretanto, el herido no se movía y Jean Val-jean ignoraba si lo que llevaba consigo a aquella fosa era un vivo o un muerto. Su primera sensación fue la de que estaba ciego. Repentinamente se dio cuenta de que no veía nada. Le pareció también que en un segundo se había quedado sordo. No oía el menor ruido. El huracán frenético de sangre y de venganza que se desencadenaba a algunos pasos de allí llegaba a él, gracias al espesor de la tierra que lo separa-ba del teatro de los acontecimientos, apagado y confuso, como un rumor en una profundidad. Lo único que supo fue que pisaba en suelo sólido, y le bastó con eso. Extendió un brazo, luego otro, y tocó la pared a ambos lados, de donde infirió que el pasillo era estrecho. Resbaló, y dedujo que la baldosa estaba mojada. Adelantó un pie con pre-caución, temiendo encontrar un agujero, un pozo perdido, algún precipicio, y así se cercioró de que el embaldosado se prolongaba. Una bocanada de aire fétido le indicó cuál era su mansión actual. Al cabo de algunos instantes empezó a ver. Un poco de luz caía del respiradero por donde había entrado, y ya su mirada se había acostum-brado a la cueva. 443

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