bajo unos adoquines que la ocultaban en parte, una reja de hierro colocada de plano y al nivel del piso, compuesta de fuertes barrotes transversales. El marco de adoquines que la sostenía había sido arrancado y estaba como desencajada. A través de los barrotes se entreveía una abertura oscura, parecida al cañón de una chimenea o al cilindro de una cisterna. Su antigua ciencia de las evasiones le iluminó el cerebro. Apartar los adoquines, levantar la reja, echarse a cuestas a Marius inerte como un cuerpo muerto, bajar con esta carga sirviéndose de los codos y de las rodillas a aquella especie de pozo, felizmente poco profundo, volver a dejar caer la pesada tram-pa de hierro que los adoquines cubrieron de nue-vo, asentar el pie en una superficie embaldosada a tres metros del suelo, todo esto fue ejecutado como en pleno delirio, con la fuerza de un gigan-te y la rapidez de un águila; apenas empleó unos cuantos minutos. Se encontró Jean Valjean con Marius, siempre desmayado, en una especie de corredor largo y subterráneo. Reinaba allí una paz profunda, silencio abso-luto, noche. Tuvo la misma impresión que experimentara en otro tiempo cuando saltó de la calle al conven-to. Sólo que ahora no llevaba consigo a Cosette, sino a Marius. Apenas oía encima de su cabeza algo como un vago murmullo; era el formidable tumulto de la taberna tomada por asalto. 441
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