Marius era prisionero, en efecto. Prisionero de Jean Valjean. La mano que lo cogiera en el momento de caer era la suya. Jean Valjean no había tomado más parte en el combate que la de exponer su vida. Sin él, en aquella fase suprema de la agonía, nadie hubiera pensado en los heridos. Gracias a él, presente como una providencia en todos lados durante la matanza, los que caían eran levantados, traslada-dos a la sala baja y curados. En los intervalos reparaba la barricada. Pero nada que pudiera pa-recerse a un golpe, a un ataque, ni siquiera a una defensa personal salió de sus manos. Se callaba y socorría. Por lo demás, apenas tenía algunos ras-guños. Las balas lo respetaban. Si el suicidio entró por algo en el plan que se propuso al dirigirse a aquella tumba, el éxito no le favoreció. Pero du-damos que hubiese pensado en el suicidio, acto irreligioso. Jean Valjean, en medio de la densa niebla del combate, aparentaba no ver a Marius, siendo que no le perdía de vista un solo instante. Cuando un balazo derribó al joven, saltó con la agilidad de un tigre, se arrojó sobre él como si se tratara de una presa, y se lo llevó. El remolino del ataque estaba entonces con-centrado tan violentamente en Enjolras que defen-día la puerta de la taberna, que nadie vio a Jean Valjean, sosteniendo en sus brazos a Marius sin sentido, atravesar el suelo desempedrado de la barricada y desaparecer detrás de Corinto. Allí se detuvo, puso en el suelo a Marius y miró en derredor. La situación era espantosa. ¿Qué hacer? Sólo un pájaro hubiera podido salir de allí. Y era preciso decidirse en el momento, hallar un recurso, adoptar una resolución. A algunos pasos de aquel sitio se combatía, y por fortuna todos se encarnizaban en la puerta de la taberna; pero si se le ocurría a un soldado dar vuelta a la casa, o atacarla por el flanco, todo habría conclui-do para él. Jean Valjean miró la casa de enfrente, la barri-cada de la derecha, y, por último, el suelo, con la ansiedad de la angustia suprema, desesperado, y como si hubiese querido abrir un agujero con los ojos. A fuerza de mirar, llegó a adquirir forma ante él una cosa vagamente perceptible en tal agonía, como si la vista tuviera poder para hacer brotar el objeto pedido. Vio a los pocos pasos y al pie del pequeño parapeto y 440
RkJQdWJsaXNoZXIy Nzg5NTA=