Javert repitió a media voz: —Número siete. Se abrochó la levita, tomó cierta actitud mili-tar, dio media vuelta, cruzó los brazos sostenien-do su mentón con una mano, y se encaminó en la dirección del Mercado. Jean Valjean le seguía con la vista. Después de dar algunos pasos, Javert se volvió y le gritó: —No me gusta esto. Matadme mejor. Javert, sin advertirlo, no lo tuteaba ya. —Idos —dijo Jean Valjean. Javert se alejó poco a poco. Cuando hubo desaparecido, Jean Valjean des-cargó la pistola al aire. En seguida entró de nuevo en la barricada, y dijo: —Ya está hecho. Mientras esto sucedía, Marius, que había reco-nocido a último momento a Javert en el espía maniatado que caminaba hacia la muerte, se acor-dó del inspector que le proporcionara las dos pistolas de que se había servido en esta misma barricada; pensó que debía intervenir en su favor. En aquel momento se oyó el pistoletazo y Jean Valjean volvió a aparecer en la barricada. Un frío glacial penetró en el corazón de Ma-rius. VIII. Los héroes La agonía de la barricada estaba por comenzar. De repente el tambor dio la señal del ataque. La embestida fue un huracán. Una poderosa columna de infantería y guardia nacional y muni-cipal cayó sobre la barricada. El muro se mantuvo firme. Los revolucionarios hicieron fuego impetuosa-mente, pero el asalto fue tan furibundo, que por un momento se vio la barricada llena de sitiado-res; pero sacudió de sí a los soldados como el león a los perros. En uno de los extremos de la barricada estaba Enjolras, y en el otro, Marius. Marius combatía al descubierto, constituyéndose en blanco de los 436
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