—¿No hay quien reclame? Y dirigiéndose a Jean Valjean le dijo: —Os entrego al soplón. Jean Valjean tomó posesión de Javert sentán-dose al extremo de la mesa; cogió la pistola y un débil ruido seco anunció que acababa de cargarla. Casi al mismo instante se oyó el sonido de una corneta. —¡Alerta! —gritó Marius desde lo alto de la ba-rricada. Javert se puso a reír con su risa sorda, y mi-rando fijamente a los insurrectos, les dijo: —No gozáis de mejor salud que yo. —¡Todos fuera! —gritó Enjolras. Los insurrectos se lanzaron en tropel, mientras Javert murmuraba: —¡Hasta muy pronto! VII. La venganza de Jean Valjean Cuando Jean Valjean se quedó solo con Javert, desató la cuerda que sujetaba al prisionero a la mesa. En seguida le indicó que se levantara. Javert obedeció con una indefinible sonrisa. Jean Valjean lo tomó de una manga como se tomaría a un asno de la rienda, y arrastrándolo tras de sí salió de la taberna con lentitud, porque Javert, a causa de las trabas que tenía puestas en las piernas, no podía dar sino pasos muy cortos. Jean Valjean llevaba la pistola en la mano. Atravesaron de este modo el interior de la barricada. Los insurrectos, todos atentos al ataque que iba a sobrevenir, tenían vuelta la espalda. Sólo Marius los vio pasar. 434
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