tú, y observa. Dadas sus órdenes, se volvió a Javert, y le dijo: —No creas que lo olvido. Y poniendo sobre la mesa una pistola, añadió: —El último que salga de aquí levantará la tapa de los sesos a ese espía. —¿Aquí mismo? —preguntó una voz. —No; no mezclemos ese cadáver con los nues-tros. Se le sacará y ejecutará afuera. En aquel momento entró Jean Valjean y dijo a Enjolras: —¿Sois el jefe? —Sí. —Me habéis dado las gracias hace poco. —En nombre de la República. La barricada tie-ne dos salvadores: Marius Pontmerey y vos. —¿Creéis que merezco recompensa? —Sin duda. —Pues bien, os pido una. —¿Cuál? —La de permitirme levantar la tapa de los se-sos a ese hombre. Javert alzó la cabeza, vio a Jean Valjean, hizo un movimiento imperceptible y dijo: —Es justo. Enjolras se había puesto a cargar de nuevo la carabina y miró alrededor. 433

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