Y se llevó a su hijo. Los cisnes habían visto ahora el panecillo y nadaban hacia él. Al mismo tiempo que ellos, los dos niños se habían acercado y miraban el pastel. En cuanto desaparecieron padre a hijo, el ma-yor se tendió en la orilla y, casi a riesgo de caer-se, empezó a acercar el panecillo con una varita. Los cisnes, al ver al enemigo, nadaron más rápi-do, haciendo que las olas que producían fueran empujando suavemente el panecillo hacia la vari-ta. Cuando los cisnes llegaban a él, el niño dio un manotazo, tomó el panecillo, ahuyentó à los cis-nes y se levantó. El panecillo estaba mojado, pero ellos tenían hambre y sed. El mayor lo partió en dos, dio el trozo más grande a su hermano y le dijo: —¡Zámpatelo a la panza! VI. Marius herido Se lanzó Marius fuera de la barricada, seguido de Combeferre, pero era tarde. Gavroche estaba muerto. Combeferre se encargó del cesto con los car-tuchos, y Marius del niño. Pensaba que lo que el padre de Gavroche había hecho por su padre, él lo hacía por el hijo. Cuando Marius entró en el reducto con Gavro-che en los brazos, tenía, como el pilluelo, el ros-tro inundado de sangre. En el instante de bajarse para coger a Gavro-che, una bala le había pasado rozando el cráneo, sin que él lo advirtiera. Courfeyrac se quitó la corbata, y vendó la frente de Marius. Colocaron a Gavroche en la misma mesa que a Mabeuf, y sobre ambos cuerpos se extendió el paño negro. Hubo suficiente lugar para el anciano y el niño. Combeferre distribuyó los cartuchos del cesto. Esto suministraba a cada hombre quince tiros más. Jean Valjean seguía en el mismo sitio, sin mo-verse. Cuando Combeferre le presentó sus quince cartuchos, sacudió la cabeza. 431

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