VII. El corazón viejo frente al corazón joven El señor Gillenormand tenía entonces noventa y un años cumplidos. Seguía viviendo con la señori-ta Gillenormand en la calle de las Hijas del Calva-rio, número 6, en su propia y vieja casa. Hacía cuatro años que esperaba a Marius con la convic-ción de que aquel pequeño picarón extraviado llamaría algún día a la puerta; pero en sus mo-mentos de tristeza llegaba a decirse que si Marius tardaba en venir... Y no era la muerte lo que temía, sino la idea de que no vería más a su nieto. No volver a ver a Marius era un triste y nuevo temor que no se le había presentado nunca hasta ahora; esta idea que empezaba a aparecer en su cerebro, le dejaba helado. El señor Gillenormand era, o se creía por lo menos, incapaz de dar un paso hacia su nieto. \"Antes moriré\", decía; pero sólo pensaba en Marius con profundo enternecimiento, y con la muda desesperación de un viejo que se va entre las tinieblas. Su ternura dolorida concluía por convertirse en indignación. Se encontraba en esa situación en que se trata de tomar un partido, y aceptar lo que mortifica. Estaba ya dispuesto a decirse que no había razón para que Marius volviese, que si hu-biera debido volver lo habría hecho ya, y que por consiguiente era preciso renunciar a verle. Trataba de familiarizarse con la idea de que todo había concluido, y que moriría sin ver a \"aquel caballe-rete\". Pero toda su naturaleza se rebelaba; y su vieja paternidad no podía consentirlo. —¡No vendrá! —repetía. Un día que estaba en lo más profundo de esta tristeza, su antiguo criado Vasco entró y preguntó: —Señor, ¿podéis recibir al señor Marius? El viejo se incorporó pálido y semejante a un cadáver que se levanta a consecuencia de una sacudida galvánica. Toda su sangre había refluido a su corazón y murmuró: —¿Qué señor Marius? 376

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